Tanto tiempo sin pasar por aquí por pura y auténtica pereza, y ahora que vuelvo, lo hago de mala leche. Perdóname, por la ausencia y por la mala baba que traigo hoy.
Una persona, queridísima mía, trabaja en un negocio familiar. Y se pone de los nervios al ver cómo los dueños tratan a patadas a los clientes. "
Se piensan que van a tener clientes siempre, hagan lo que hagan, y el día que se vean solos y tengan que cerrar, ya será tarde." Esta tarde me he acordado varias veces de esta frase, pero no en una tienda sino en la iglesia.
He ido con una amiga a misa en una parroquia que no conocía. Terminada la misa sin incidentes a señalar y sin móviles sonando (no está mal este sitio, pensaba yo), entré con mi amiga a la sacristía. Yo le había llevado un pequeño escapulario y queríamos bendecirlo. Mientras esperábamos, mi amiga, en un impulso, me dijo: "¿Podré confesarme ahora?" Yo intuí que era importante, así que cuando el sacerdote se quedó libre le agarré por banda: "Para bendecir y confesar, por favor."
Yo esperaba, por mi experiencia en otras parroquias, una acogida de brazos abiertos y amplia sonrisa.
Pero no. El sacerdote nos mira como si estuviéramos pidiendo una marcianada. "Fíjate estas dos, que vienen a una parroquia y se quieren confesar, habráse visto", parecía estar pensando. Por un momento me arrepentí de no haberle pedido cuarto kilo de salchichón, tal vez se hubiera sorprendido menos. "Es que...", empezó a decir.
Yo me puse detrás de mi amiga y le miré con mi cara de "Es que nada, amigo". "¿Hace cuánto que no te confiesas?", le preguntó. "Desde la JMJ. La de Madrid."
"Y ¿no puedes venir otro día?"
Parece ser que en el Cielo hacen fiesta con estas cosas, pero aquí en la tierra preferimos irnos a ver la tele. Viene a tu parroquia una persona que lleva tres años sin confesarse, por fin se decide, y tú le dices que vuelva otro día. Y no se me ocurre ninguna razón que lo justifique. Si tú no puedes, para eso están los demás sacerdotes de la comunidad (¡que les tienes a dos metros, llámales!), si te está esperando el Obispo, que espere, y si se está acabando el mundo, razón de más para ponerte a confesar.
Sinceramente, no se me ocurre ninguna razón para demorar la confesión de alguien que viene a pedírtela, lleve tres años o tres días sin hacerla.
Finalmente, mi amiga no cedió (¡bien por ella!) y los dos se retiraron. Fabuloso, pensé: puedo quedarme un ratito ante el Sagrario. Entré a una capilla donde había varios jóvenes (¡jóvenes! ¡Había jóvenes! Lo que darían en tantas parroquias...) rezando.
Pero mis desventuras no habían terminado. Aún no había alcanzado el banco cuando una señora, cuyo tamaño físico no le hacía ninguna justicia al de su mal genio, llegó dando palmadas y diciendo en voz alta: "¡Vamos, fuera, que van a cerrar!". Como uno de los chicos se demoró unos segundos todavía en su oración, se dirigió hacia él, y el pobre chico se salvó (o eso me pareció a mí) de que le sacaran a patadas gracias a unos reflejos de vértigo.
Vale, exagero un poco. Pero, sinceramente: me han sacado de discotecas a las seis de la mañana con mejores modales.
En mi parroquia (y en otras muchas) jamás se echa a nadie que esté rezando (a los que van allí a dormir la mona si les pedimos que se marchen. Pero es que roncan...). Si son las diez de la noche, y hay alguien en el templo, se esperan a que termine. Y si son ya las mil, pues sí, se le dice algo, pero con discreción, cariño y delicadeza.
Así que, como un perrillo apaleado, me senté a la puerta (que se cerró inmediatamente con un golpe seco) a esperar. Como dos minutos después salió mi amiga expelida (no se me ocurre una forma mejor de expresarlo) por la misma puerta. "¿Al final no te ha confesado?" le dije.
"Sí, pero muy rapidito...", me contestó, con pena.
Sinceramente: que los propietarios de un negocio traten mal a sus clientes, como mucho acabará con el negocio, y ya está. Pero que en una parroquia se trate mal a quienes acuden es muchísimo más grave. Primero, porque lo más probable es, no que se vayan a otra parroquia, sino que directamente dejen de ir a la iglesia. Y segundo, porque lo que nos jugamos no es que esas personas compren jabón Lagarto o jabón Lagarta, sino su salvación. Su vida eterna.
Si esto no es importante, ya me dirás qué lo es.
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ESTA es la actitud... |